jueves, 31 de octubre de 2013

UN DÍA COMO HOY

Allá por los lejanos 80's, cuando tenía algo de 8 años, una noche llegó a mi casa uno de mis mejores amigos de infancia, Mario Rafael Guzmán Huldisch. Con él estudiaba en el colegio desde primer grado de primaria y éramos muy buenos amigos. Rafael era alguien que siempre me sorprendía. Era en muchos aspectos diferente a mi. Un ejemplo: Él no pedía permiso a sus papás para salir a la calle. Cuando lo iba a buscar, el sólo abría la puerta de su garaje, sacaba su diminuta humanidad por la puerta, la volvía a cerrar y listo. Ya estábamos en el parque Habich jugando entre las palmeras. No se si exagero la nota, pero para mi eso era algo alucinante. Si contara todas las que hemos pasado juntos no acabamos nunca. Bueno, retomando el relato, aquella noche Rafael estaba... cómo decirlo... "diferente". Yo salí como siempre por una ventana de mi casa estilo buque en la calle Mariscal Miller y vi que tenía un pañuelo verde anudado en el cuello, un chaleco negro y un sombrero le colgaba en la espalda. Se veía un poco gracioso; la verdad es que tardé un poco en darme cuenta que estaba disfrazado, como ya se habrán dado cuenta, de vaquero y me decía algo que yo no entendía. Tuvo que repetirlo varias veces para saber que era una palabra que yo nunca había oído.

-¡Vamos de jálogüin!

-... y... ¿Qué es eso?

Quizás para él yo también era algo raro, lo cual nunca fué un obstáculo para nuestra amistad. Después de mi pregunta él se quedó pensativo, como no sabiendo qué palabras utilizar para finalmente decirme después de algunos fallidos intentos:


-¡Nos van a regalar golosinas!

Por fin le entendí, y me di cuenta que lo que decía, para mí, no tenía ningún sentido. Osea ¿Ir a las casas, tocar las puertas de las personas y esperar que nos regalen cosas así por que sí? Al final renuncié a hallarle la lógica, se impuso la curiosidad y le dije:


-¡Voy a pedir permiso!

Corrí donde mis padres y les dije:


-¡Ha venido Rafael y me ha dicho para salir de jálogüin!


...También a  ellos se lo tuve que repetir, pero sólo una vez y cuando me entendieron, se quedaron mirándome, ...luego se miraron mutuamente,  ...luego mi papá me miró a mi y también como no sabiendo qué palabras utilizar, me dijo muchas cosas que no entendía y de las que lo único que recuerdo es:

-...esa es una costumbre extranjera que nos quieren imponer.
-Pero ¿puedo ir?

-No

Ese no es el mas injusto que yo recuerdo porque no tenía una justificación, al menos no una que yo pudiera entender, pero cuando papá hablaba, era ley (qué buenos tiempos aquellos, hoy los niños son tiranos de sus padres) pero esa negativa no me dió tanta pena como el hecho de tener que decirle a mi amiguito disfrazado, sin hermanos como yo, que no lo iba a acompañar. Yo siempre iba a donde sea con Rafael y aquella noche se me hizo un nudo en la garganta cuando lo ví doblar la esquina del Banco de Crédito con su chalequito negro, su pañuelito anudado, su sobrerito colgado en la espalda y su torpe andar en dirección a su casa.


...

Al año siguiente, cuando ya había olvidado todo esto, se repitió la misma escena: Sonó el timbre, corrí a la ventana de mi casa estilo buque y ahí estaba Rafael con su chaleco, su pañuelo anudado y su sombrero colgado en la espalda. 

-¡Vamos de jálogüin!

Este año, quizas por que no tenía ganas de explicar cosas raras, mi papá me dejó salir. Ya antes él nos había disfrazado de payaso a mis hermanos y a mí para una sesión de fotos asi que decidí que ese iba a ser mi disfraz aunque no tuviera nada que ver con brujas ni espíritus. Bastante práctico yo, además Rafael no estaba en mejor situación.


Y así fué que Rafael, mis hermanos y yo salimos de jálogüin y vencimos el roche de explicar casa por casa de qué se trataba esa vaina a cada persona que nos abría la puerta de su hogar. Bueno, casi todas porque algunas de ellas si tenían caramelos, chocolates, mostros, frunas, chocomel, etc etc. Algunos hasta plata nos dieron y para qué negarlo, conseguimos un buen "botín". Me estaba gustando esto del jálogüin. Todo iba bien hasta que en el cruce de Salaverry con 6 de agosto, (ahí donde venden los tacos) entramos a un edificio y en uno de los departamentos nos atendió un señor mayor. Él fué a quién mas veces tuvimos que explicarle esa vaina de jálogüin porque ponía una cara... se le veía como dicen "mas perdido que lunar en poto'e negra" asi que luego de decirnos "un ratito" se metió a su casa, nos hizo esperar un rataaazo y finalmente salió con su regalo: ¡Una lata de leche Gloria!

Me sentí avergonzado, el señor no había entendido nada, me sentí un niño desnutrido pidiendo limosna o algo así... Eso me pasa por andar tocando la puerta de las personas y pedir que me regalen cosas.


Esta foto es de la sesión previa al jálogüin.
Vestuario y fotografía por mi papá :D